sábado, mayo 06, 2006

Euology / Panegírico


El subalterno del doctor Jiménez fue el encargado de decir las últimas palabras por parte del personal del hospital. Se aproximó al micrófono, se aclaro la garganta y saco del bolsillo de su saco un papel que desdoblo cuidadosamente.

“El doctor Jiménez fue una persona intachable, un hombre honesto que siempre puso a todos antes que a el mismo. Como paciente uno siempre se sentía en las mejores manos, como alumno uno se sabía bajo la tutela de un erudito, como amigo uno sabia que el doctor era la mejor compañía y el mejor anfitrión, siempre sabía las mejores anécdotas, sabia los mejores chistes y siempre tenía el consejo más apropiado.

Como Jefe siempre logró conciliar voluntades. Trabajar con el era un placer, siempre guiándote e imponiendo retos para superarse como profesional.

Como hombre de familia todos atestiguamos lo cariñoso que era con sus hijos, nunca se perdió un recital de Mariana ni ningún partido de Claudio y siempre que estaba con su esposa Rocío uno se daba cuenta de que esas dos personas habían nacido para estar juntas, ambos balanceando una exitosa pero demandante carrera con una vida familiar que requería tanta o más atención.

En lo personal recuerdo una anécdota que me parece pertinente contar ahora ya que refleja fielmente la personalidad del doctor.
El Año pasado durante el tradicional cóctel de año nuevo que ofrece a amigos y familiares, todo marchaba perfecto, como siempre, con la precisión de un reloj suizo. La comida era deliciosa, las bebidas eran las mejores y los invitados estaban pasando una velada estupenda. Alrededor de las 2 de la mañana, cuando la mayoría de los invitados comenzaron a retirarse, el doctor fue en busca de Teresa, su ama de llaves para decirle que ya no necesitarían de su servicios por el resto de la noche, al entrar a su habitación, la vio guardar un anillo de oro en su alhajero. El doctor estaba casi seguro de que ese anillo pertenecía a su esposa, pero no quiso hacer una escena, así que llevo a Teresa a su oficina. Allí le pidió el anillo de vuelta y le informo que estaba despedida y que debía dejar la casa al otro día por la mañana.

Teresa le juraba en medio del llanto que ese anillo era de ella, que era una herencia familiar y que ella jamás tomaría algo que no le perteneciera. El doctor caminó hacia la puerta y la cerro, llevó a Teresa al diván al tiempo que intentaba calmarla disculpándose por haber dudado de ella. Le dijo que le creía y que no volvería a mencionar el asunto.

Súbitamente comenzó a abofetearla al tiempo que la manoseaba e intentaba quitarle la ropa. Le dijo que si se resistía la acusaría de robo. Teresa peleo en vano, el doctor ya tenia la mano debajo de sus bragas y la había despojado ya de su blusa y su brassiere. La volvió a abofetear, Teresa cayo al suelo aturdida y allí el doctor la violo repetidamente tanto por la vagina como por el ano.

En ese momento entré, Rocío me había permitido usar el sanitario de la oficina por que el otro estaba ocupado. Lo primero que vi fue a Teresa llorando en el piso amordazada y completamente desnuda mientras el doctor la penetraba con furia. Me quedé petrificado. El doctor rápidamente cerro la puerta y me invito a unirme. Yo estaba horrorizado. Al darse cuenta de que no estaba dispuesto a unirme a su crimen me amenazó con despedirme y de hacer publica mi adicción a ciertos medicamentos de uso controlado. No dije una sola palabra más. Cubrí a Teresa con una manta y me quede con ella.

El siguiente lunes el doctor llegó muy afligido al hospital porque su joven ama de llaves había robado un anillo de su esposa y el se había visto obligado a entregarla a la policía.

En fin, creo que me extendí demasiado, pero así es como siempre recordaré al doctor Jiménez. Como el perfecto jefe, el perfecto esposo, el perfecto padre, el perfecto amigo, EL PERFECTO HIJO DE PUTA”.

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